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Solemnidad de la Asunción de la Virgen

15/08/2021 . Formações

Hoy, 15 de agosto, celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen. A pesar de los innumerables indicios y vestigios antiguos de esta fe de la Iglesia, la presente fecha se remonta a la proclamación del Dogma de la Asunción de María por el Papa Pío XII en 1950, cuando se definió “ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, la siempre virgen María, terminado el curso de la vida terrestre, fue Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

A diferencia de nuestro Señor, María no ascendió, sino que fue elevada al cielo. Dios que la escogió para engendrar en su vientre al Verbo, también quiso que su cuerpo fuera salvado de la corrupción de la tumba, lo que es más que justo, después de todo si la tierra que Jesús pisó es santa, imagine el vientre que lo engendró.

Aún para esclarecer ese dogma de fe, el decreto de la proclamación del dogma explica que “a semejanza de su unigénito Hijo también la excelsa Madre de Dios murió. Sin embargo, ese hecho no les impidió de creer expresa y firmemente que su sagrado cuerpo no sufrió la corrupción del sepulcro, ni fue reducido a la podredumbre y cenizas aquel tabernáculo del Verbo divino”. Por lo tanto, creemos que, así como su Hijo fue glorificado en cuerpo y alma después de su muerte, en consecuencia, María tuvo la misma gracia.

A este respecto, para provocar nuestra fe, nos preguntó san Francisco de Sales: “¿Qué hijo habría que, si pudiera, no resucitaría a su madre y no la llevaría al cielo?”. En esta reflexión, san Alfonso María de Ligorio completa: “Jesús no quiso que el cuerpo de María se corrompiera después de la muerte, pues redundaría en su desdén que se transformara en podredumbre aquella carne virginal de la que él mismo había tomado la propia carne”.

En esta solemnidad, pidamos a la Virgen que interceda por todos nosotros para que estemos preparados para el día que el Señor nos llame, de modo que nuestra muerte no sea amarga por el apego a la Tierra, el remordimiento de los pecados o la incertidumbre de la salvación, para que sea la hora del abrazo misericordioso de la Madre de Dios y de Nuestro Señor Jesús.

Todo por Jesús. nada sin María

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