¡Augusta Reina!
En nuestro camino de santidad, siempre tenemos que trabajar por la conquista de las virtudes. Ellas, en efecto, son conquistadas por la repetición diaria de buenos hábitos. Según Santo Tomás de Aquino (S. theol, Iª-IIª, q.55, a.2), ellas se caracterizan como:
Entre las virtudes, cuatro son las cardenales, en torno a las cuales todas las demás existen (con excepción de las Virtudes Teologales). Desempeñan un papel similar al de la bisagra.
” Por eso se las llama “cardinales”; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. “¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza” (Sb 8, 7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.” (CCE 1805)
Prudencia es, según Santo Tomás,”un discernimiento correcto en relación a algunos actos y materias", o la recta ratio agibilum (recta razón del actuar). En ese sentido, es válido decir que “La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos
para realizarlo.” (CCE 1806).
En la Sagrada Escritura vemos que, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es una virtud basilar para la vida del hombre. “El hombre prudente vigila sus pasos” (Pr 14, 15) y “sed ponderados y comedidos, para que podáis orar” (1 Pe 4, 7).
Así, sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica que:
“Es llamada auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Para vivir bien esa virtud, el Papa Francisco nos advierte sobre un enemigo de la prudencia: el silencio, no prudente, sino omisión.
“¡Pero atención! No confundir la prudencia con el simple equilibrio. Los prudentes del equilibrio terminan siempre lavándose las manos con su distanciamiento. Y su santo patrón es ‘San’ Pilato” (dijo durante el encuentro con los jesuitas del sudeste asiático en su reciente viaje apostólico a Tailandia).
Sobre la relación de la prudencia con la timidez, el Pontífice dijo en una Homilía, el 6 de octubre de 2019:
“Uno puede pensar que la prudencia es la virtud”, que, para no equivocarse, hace parar todo. ¡Pero no! La prudencia es virtud cristiana, es virtud de vida; más aún, es la virtud del gobierno. Y Dios nos ha dado este espíritu de prudencia. En oposición a la timidez, Pablo pone la prudencia. ¿Qué es, entonces, esta prudencia del Espíritu? Como enseña el Catecismo, la prudencia ‘no se confunde con la timidez o el miedo’, pero ‘es la virtud la que dispone la razón práctica para discernir, en cualquier circunstancia, nuestro verdadero bien y para elegir los justos medios de alcanzarlo’ (n. 1806). La prudencia no es indecisión, no es un comportamiento defensivo. Es la virtud del Pastor que, para servir con sabiduría, sabe discernir, sensible a la novedad del Espíritu. Entonces, reavivar el don en el fuego del Espíritu es lo contrario de dejar que las cosas corran sin hacer nada. Y ser fieles a la novedad del Espíritu es una gracia que debemos pedir en la oración. Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé su prudencia audaz.”
Por tanto, todo cristiano debe buscar vivir la virtud de la prudencia, con el deseo de hacer siempre la voluntad de Dios. Pida luces al Espíritu Santo para que Él dé Su gracia para actuar bien, rectamente, y ser así prudente, siguiendo el consejo que Jesús dejó: “Sed, pues, prudentes como las serpientes.” (Mt 10, 16).
¿En qué circunstancias de tu vida necesitas ser más prudente?
¡Todo por Jesús nada sin María!