El papel preponderante de la Santísima Virgen en la vida de la Iglesia es el de Madre. “La Madre de Dios es modelo y figura de la Iglesia, en el orden de la fe, la caridad y la perfecta unión con Cristo”. (Lumen gentium, 63)
La Iglesia, como Cristo, nace en su regazo, y fue asistida desde el principio con sus oraciones:
Unidos todos por un mismo sentimiento, se entregaron asiduamente a la oración, en compañía de algunas mujeres, entre ellas María, la Madre de Jesús y sus hermanos. (Hechos 1:14).
La Virgen María fue proclamada Madre espiritual de la Iglesia y de todos los fieles y sagrados pastores tras la promulgación de la Constitución Dogmática “Lumen Gentium” de 1964.
“Por el don y la misión de la maternidad divina, que la une a su Hijo Redentor, y por sus gracias y funciones únicas, la Virgen está también íntimamente unida a la Iglesia” (LG, 63), y en ella es invocada con el títulos de abogada, auxiliadora, y mediadora (CCE 969).
La Santísima Virgen, predestinada a ser Madre de Dios desde toda la eternidad, es también nuestra madre en el orden de la gracia. Esta maternidad dura sin interrupción hasta la eterna consumación de todos los elegidos. Pero esto se entiende de tal manera que nada quita ni añade dignidad y eficacia al único mediador, que es Cristo. Todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres (…) deriva de la abundancia de los méritos de Cristo, se fundamenta en su mediación y depende enteramente de ella, extrayendo de ella toda su eficacia; En modo alguno impide la unión inmediata de los fieles con Cristo, sino que la favorece (LG, 60).
En este sentido, dice el Catecismo, n.970: “En efecto, ninguna criatura puede equipararse al Verbo Encarnado y Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es compartido de diversas maneras por los ministros y el pueblo fiel, y así como la bondad de Dios, siendo uno, se difunde diversamente entre los seres creados, así la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una variada cooperación, que participa de esta fuente única»
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 963: “La Virgen María […] es reconocida y honrada como la verdadera Madre de Dios y del Redentor […]. Pero al mismo tiempo es verdaderamente “Madre de los miembros (de Cristo) […], porque cooperó con su amor para que en la Iglesia nacieran los fieles, miembros de aquella Cabeza”. «María, […] Madre de Cristo y Madre de la Iglesia»
El título “Madre de la Iglesia” fue utilizado por primera vez por San Ambrosio de Milán (338 – 397) y tiene sus raíces en los primeros días del cristianismo – ya presente en el pensamiento de San Agustín y San León Magno, en el Credo de Nicea del 325, y los Padres del Concilio de Éfeso (430) ya habían definido a María como “la verdadera madre de Dios”. Ella, no sólo porque es la Santísima Madre de Dios, sino también porque es “Madre de la Iglesia”, es venerada por la Iglesia misma “con un culto especial” (cf. L.G. 66), particularmente litúrgico (cf. L.G. 67). El primer lunes después de Pentecostés, por ejemplo, la Iglesia celebra la memoria de la Virgen María, Madre de la Iglesia, un título que tiene profundas raíces, y que fue insertado en el Calendario Litúrgico Romano en mayo de 2018, a petición del Papa Francisco.
La maternidad espiritual de María trasciende el espacio y el tiempo y pertenece a la historia universal de la Iglesia, porque en ella ha estado siempre presente con su asistencia maternal. Todas las épocas de la historia de la Iglesia se han beneficiado y se beneficiarán de la presencia maternal de la Madre de Dios, pues Ella permanecerá siempre indisolublemente unida al misterio del Cuerpo Místico (fuente).
La certeza confiada (de la intercesión ininterrumpida ante el Hijo por el Pueblo de Dios) la expresa la oración mariana más antigua, del siglo II, en la época de las persecuciones romanas, con las palabras:
“Bajo tu protección, nos dirigimos a ti, Santa Madre de Dios: no desprecies las oraciones de nosotros que estamos en prueba, y líbranos siempre de todos los peligros, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”
(Del Breviario Romano).
Los Padres “siempre afirman que María es madre, la Iglesia es madre y su alma es madre: hay algo femenino en la Iglesia, que es “materno”. En consecuencia, “la Iglesia es femenina porque es ‘iglesia’, ‘esposa’: es femenina y es madre, da a luz”. Por tanto, ella es “esposa y madre”, pero “los Padres van más allá y dicen: “También tu alma es esposa y madre de Cristo””.
“(…) por la fiel acogida de la palabra de Dios: por la predicación y por el bautismo, engendra, para vida nueva e inmortal, hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y ella también” (la Iglesia) “es virgen, porque conserva total y pura fidelidad a su Esposo y conserva virginalmente, a imitación de la Madre de su Señor y en virtud del Espíritu Santo, una fe recta, una esperanza sólida y una verdadera caridad” (LG, 64).