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Naturaleza de la devoción perfecta a la Santísima Virgen o consagración perfecta a Jesucristo.

15/11/2021 . Formações

“Toda nuestra perfección consiste en ser conformes a Jesucristo, estando unidos y consagrados a Él, de modo que la más perfecta de todas las devociones (…) es aquella que nos conforma, nos une y nos consagra a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de entre todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, de ello resulta que la devoción que mejor consagra y conforma un alma a Nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Santa Madre, y que, en proporción a que un alma se consagre más a María, más consagrada está a Jesucristo” (Tratado nº 120)

El acto de consagración a la Virgen María, por libre y espontánea voluntad, consiste en un ofrecimiento total e irrestricto de todo lo que tenemos y somos a la Madre Santísima: nuestra alma, cuerpo, nuestros bienes exteriores, interiores y espirituales, como los méritos, virtudes, buenas obras, así como los valores satisfactorios y meritorios de nuestras buenas obras, que ya no nos pertenecen, sino a María, para que ella disponga de todo eso según la voluntad de su Hijo y comunique a quien desee, para el mayor honor y gloria de Dios. Siendo ella la que está en la más perfecta conformidad con Jesús, al entregarnos a ella en esta devoción, también nos estamos entregando enteramente a Cristo, dándole todo lo que sea posible, en un completo desprendimiento y abandono de sí, por las santas manos de la Virgen. “La consagración se hace conjuntamente a la Santísima Virgen y a Jesús, como el modo perfecto que Jesús escogió para unirse a nosotros y unirnos a Él; y a Nuestro Señor, como a nuestro fin último, a quien debemos todo lo que somos, como a nuestro Redentor y nuestro Dios.” (Tratado nº 125)

A esta devoción podríamos también llamar la renovación perfecta de los votos y promesas del santo bautismo. Antes de recibir este sacramento, a través del cual somos purificados del pecado original, convirtiéndonos en hijos de Dios y miembros del cuerpo místico de la Iglesia, éramos “esclavos del demonio”. Al ser bautizados, nuestros padrinos, profetizan por sus propios labios, la renuncia a Satanás, y asumen, por el bautismo, a Jesucristo como Maestro y Supremo Señor de nuestras vidas, con vistas a depender de él en la condición de esclavo de amor. La consagración a la Virgen María, proferida al leer la fórmula, con nuestros propios labios, con libertad y conciencia de nuestros actos, nos posibilita exactamente esa renuncia al pecado, al demonio, al mundo y a nosotros mismos, concretando una autoentrega a Jesucristo, por el medio más perfecto: María Santísima.

Al consagrarnos a la Virgen María, abandonamos amorosa e íntegramente todo nuestro ser a Cristo, por los brazos de su Santísima Madre, a la que es la Mediadora de todas las gracias y, bajo su manto y en su regazo acogedor, Nos conduce a un verdadero y profundo encuentro con la más sublime fuente de Amor y Misericordia: el Sagrado Corazón de Jesús. ¡Como esclavos de María, estaremos constantemente, hasta la eternidad, bajo su amparo y bajo las miradas misericordioso de la Madre que nos presenta y nos lleva a su Hijo, nuestro Redentor y Salvador!

 

Todo por Jesús, nada sin María

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