“Cuanto mayor es el pecador, mayor es el reclamo de mi misericordia. En cada obra de Mis manos se confirma esta misericordia. Quien confía en Mi Misericordia no perecerá, porque todas sus causas son Mías, y sus enemigos son destruidos a los pies de Mi estrado”.
Diario de Santa Faustina, 723
La Bula Papal de Proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia – Misericordiae Vultus, del 11 de abril de 2015, escrita por el Papa Francisco, nos confirma que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. A través de Jesús, podemos contemplar el misterio de la misericordia, que es fuente de alegría, paz y serenidad.
“Es propio de Dios mostrar misericordia, y en esto su omnipotencia se manifiesta de manera especial”
Santo Tomás de Aquino
Estas palabras de Santo Tomás de Aquino muestran cómo la misericordia divina no es en modo alguno un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Para eso, debemos tener intimidad con Dios.
Nuestro Señor nos enseña a orar
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.”
Señor nos invita a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto, nos invita a ser misericordiosos como el Padre fue misericordioso al enviarnos a su hijo para redimirnos, por el amor misericordioso que Él tiene
para cada uno de nosotros.
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del que se toma el lema de este Año Santo Extraordinario: Misericordioso como el Padre. La expresión completa es: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (v. 36). No es una consigna de efecto, sino un compromiso de vida. Para entender bien esta expresión, podemos compararla con aquel paralelo del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (5,48). En el discurso de la montaña, que se abre con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. En esta misma perspectiva, San Lucas explica que la perfección es el amor misericordioso: ser perfecto significa ser misericordioso.
(Papa Francisco, catequesis del 21/09/2017)
Como podemos ver en las palabras del Santo Padre, no podemos tomar este pasaje como un eslogan, sino como un compromiso de vida.
En la carta apostólica Misericordia et Misera, escrita por el Papa Francisco, leemos: Misericordia et misera (misericordia et misera) son las dos palabras que utiliza San Agustín para describir el encuentro de Jesús con la adúltera (cf. Jn 8, 1-11). No he encontrado expresión más bella y coherente que ésta, para hacernos comprender el misterio del amor de Dios cuando sale al encuentro del pecador: “Quedaron sólo ellos dos: la miseria y la misericordia”.
La misericordia es esta acción concreta de amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia es eterna (cf. Sal 136/135), así
generación tras generación abraza a cada persona que confía en él y lo transforma, dándole la propia vida.
Quien nos acompaña en el testimonio del amor, en la experiencia de la misericordia y abre la procesión en el seguimiento de Cristo es la Santa Madre de Dios, cuyos ojos misericordiosos permanecen fijos en nosotros. La Madre de la Misericordia
reúne a todos bajo la protección de su manto, como a menudo la vemos representada en las obras de arte. Confiemos en su ayuda materna y sigamos la indicación perenne que ella nos da de mirar a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios.
¡TODO POR JESÚS, NADA SIN MARÍA!