‘Hermano médico, di con valentía que mi muerte está cerca, para mí ella es la puerta de la vida!’ (San Francisco)
¡Augusta Reina!
Francisco nació en Asís, Umbría (Italia) en 1182. Joven orgulloso, vanidoso y rico, que se convirtió en el más italiano de los santos y el más santo de los italianos. Con 24 años, renunció a toda riqueza para desposar a la “Señora Pobreza”.
Sucedió que Francisco fue a la guerra como caballero, pero enfermo oyó y obedeció la voz del Patrón que le decía: “Francisco, ¿a quién es mejor servir, al amo o al criado?”. Él respondió que al amo. “¿Por qué entonces transformas al amo en siervo?” replicó la voz. Al inicio de su conversión, fue como peregrino a Roma, viviendo como ermitaño y en la soledad, cuando recibió la orden del Santo Cristo en la pequeña iglesia de San Damián: “Va a restaurar mi iglesia, que está en ruinas”.
Partiendo en misión de paz y bien, siguió con perfecta alegría al Cristo pobre, casto y obediente. En el campo de Asís había una ermita de Nuestra Señora llamada Porciúncula. Este fue el lugar predilecto de Francisco y de sus compañeros, pues en la primavera del año 1200 ya no estaba solo; se habían unido a él algunos valientes que pedían también limosna, trabajaban en el campo, predicaban, visitaban y consolaban a los enfermos.
A partir de ahí, Francisco se dedica a viajes misioneros: Roma, Chipre, Egipto, Siria… Peregrinando hasta los Lugares Santos. Cuando volvió a Italia, en 1220, encontró la Fraternidad dividida. Parte de los Frailes no comprendía la sencillez del Evangelio.En 1223, fue a Roma y obtuvo la aprobación más solemne de la Regla, como acto culminante de su vida. En la última etapa de su vida, recibió en el Monte Alverne los estigmas de Cristo, en 1224.
Ya debilitado por tanta penitencia y ciego por llorar por el amor que no es amado, san Francisco de Asís, en la iglesia de San Damián, se encuentra rodeado de sus hijos espirituales y así recita al mundo el canto de las criaturas. El seráfico padre, San Francisco de Asís, se retira entonces a la Porciúncula, donde muere acostado en las humildes cenizas el 3 de octubre de 1226. Pasados dos años incompletos, el 16 de julio de 1228, el Pobrecito de Asís era canonizado por Gregorio IX.
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Vea un trecho de la primera biografía de San Francisco, por Tomás de Celano, retratando el momento de la muerte del santo:
“Pasó a alabar los pocos días que quedaban hasta su muerte, enseñando a sus amados hijos a alabar a Cristo en su compañía. Él mismo, en cuanto le permitían sus fuerzas, entonó el Salmo: ‘Lanzo un gran grito al Señor, en alta voz imploro al Señor’, etc. Invitaba también a todas las criaturas a la alabanza de Dios y, usando una composición que había hecho en otros tiempos, las exhortaba al amor de Dios. Llegaba a invitarla a la alabanza hasta la muerte misma, que todos temen y aborrecen y, corriendo alegre a su encuentro, la invitaba con hospitalidad:
‘Bienvenida sea mi hermana, la muerte!’ Al médico le dijo: ‘Hermano médico, diga con coraje que mi muerte está cerca, para mí ella es la puerta de la vida!’
Y a los frailes: “Cuando os deis cuenta de que he llegado al fin, de la manera en que me visteis desnudo antes de ayer, así me he quedado en el suelo, y allí me dejáis quedar incluso después de muerto, por el tiempo que alguien tardaría en caminar una milla, despacio”. Y así llegó la hora. Habiendo completado en sí mismo todos los misterios de Cristo, voló feliz para Dios”.
En el párrafo 1010, el Catecismo de la Iglesia Católica habla sobre el sentido positivo de la muerte y cita dos pasajes en los que el Apóstol San Pablo aborda el tema:
“La novedad esencial de la muerte cristiana está en esto: por el bautismo, el cristiano ya “murió con Cristo” sacramentalmente para vivir una vida nueva; si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y así completa nuestra incorporación en Él, en su acto redentor.” (§1010)
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1º – Luchar contra el pecado mortal y vivir en estado de gracia. Estar al día con la Confesión sacramental;
2º – No apegarme a las cosas del mundo. Reconocer que “Todo pasa, solo Dios basta” (St Teresa d’Ávila);
3º – Deseo de unirme a Cristo Resucitado. “No muero, entro para la vida” (St Teresinha del Niño Jesús).
San José, que moriste en los brazos de Jesús y María, mi amable protector,
Me satisface en todas las necesidades y peligros de la vida,
pero sobre todo en la hora suprema,
Viniendo a suavizar mis dolores,
enjugar mis lágrimas,
cerrar suavemente mis ojos,
mientras pronuncias los dulcísimos nombres:
Jesús, María, José,
Salva a mi alma.
Amén.
¡San Francisco de Asís, ruega por nosotros!
¡Todo por Jesús nada sin María!