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Experimenta el amor de Dios

14/03/2022 . Formações

El Catecismo nos enseña que la Cuaresma es un tiempo propicio para revivir el camino de las tentaciones de Jesús en el desierto en preparación a su vida pública, siendo un tiempo particularmente propicio para los ejercicios espirituales, las peregrinaciones en señal de penitencia, las privaciones voluntarias como la el ayuno y la limosna y el compartir fraterno (cf. CCE 540 y 1438).

Siguiendo nuestro Camino, es fundamental no olvidar la primacía del amor (caridad) entre todas las virtudes existentes, recordando que si no hay amor, de nada sirve tener todos los dones y virtudes: fe, lenguas, profecía, conocimiento, ciencia, compartir todos los bienes , etc. (cf. 1Cor 13,1-3). Para ello, nada mejor que seguir este Camino de Luz , después de abrir nuestro corazón al Padre, acercándonos al corazón de Dios, experimentando su amor, para que, sintiéndonos amados por Aquel que nunca nos abandona, podamos desbordar este amor al prójimo, viviendo así el mandamiento del amor dado por Jesús (cf. Jn 13,34; 15,12), actitud fundamental para, en lugar de juzgar, amar a los hermanos.

PERSEVERANCIA

(cf. Camino de la Luz, cap. 9) – “Tened por gran gozo cuando sois sometidos a muchas pruebas, porque sabéis que vuestra fe, bien probada, lleva a la perseverancia; pero la perseverancia debe producir la obra perfecta” (Santiago 1.2-4). Después de haber tenido el encuentro con Jesús, nos toca a nosotros mantener la llama encendida y perseverar en medio de las tentaciones, recordando siempre que este encuentro con Dios es personal, depende exclusivamente de nosotros mismos, y que empezar es la parte más fácil, pero perseverar es una actitud de los Santos. El gran secreto es poner a Cristo en el centro de nuestra vida y dialogar de corazón a corazón con Dios, a través de la oración perseverante, abandonándonos en los brazos del Padre, basando nuestra fe en lo divino, poniendo nuestras dificultades y nuestra vida en Sus manos. Él recibirá nuestros sufrimientos, angustias y temores y nos ayudará a sobrellevarlos. Debemos ser como niños en Sus brazos y Él nos llevará a descubrir el Cielo en la Tierra. Perseveremos en el amor de Dios y pidamos la gracia de que nuestras almas sean una con Él.

AMOR

(cf. Camino de la luz, cap. 10-12) – “Venga a mí tu amor y viviré” ( Sal 118,77). Nuestros próximos pasos hacia la Luz se relacionan directamente con el verdadero amor: aquello que el corazón humano busca y anhela, y que se encuentra solo en Dios. Un amor diferente a las frívolas pasiones de este mundo, que no pueden satisfacernos, son incapaces de hacernos alcanzar la plenitud y llevarnos a certezas y verdades humanas no consecuentes, porque se basan en cosas pasajeras, como el poder, la fama, el dinero y orgullo.
El amor de Dios, cuando entra en nuestra vida, nos llena y nos hace capaces de amar más y mejor nuestras vocaciones en el matrimonio, en la vida consagrada, en el trabajo y en la vida cotidiana. Sin este amor no podemos perseverar en la fe. Por eso, debemos pedir al Espíritu Santo la capacidad de reconocer el amor del Padre por nosotros y estar seguros de este amor pleno e infinito, mirando las cosas desde Arriba, queriendo siempre buscar y encontrar a Dios. Debemos, por tanto, tomar conciencia, estar seguros de este amor y repetir que Dios nos ama, nos da la vida y, en consecuencia, nunca experimentaremos la soledad y el vacío en el alma.
Para ello, tenemos que abrir nuestro corazón, creando una relación íntima con Dios que supere lo humano y pidiéndole que se revele como nuestro Padre. Nuestro corazón se inflamará y brotarán virtudes antes desconocidas, como la gratitud, el reconocimiento de los dones, bienes y gracias que gratuitamente recibimos de Él, la “respuesta del amor”, a través de las obras y acciones, la pertenencia a Él y la obediencia. Finalmente, nos comportaremos como sus verdaderos hijos, confiando y esperándolo.

PACIENCIA

(cf. Camino de la Luz, cap. 13-14; y ROSSI, Introducción) – “Sed alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” ( Rm 12,12). Seguimos nuestro Camino, acercándonos, reflexionando y ejercitando la paciencia, virtud de gran importancia en la vida espiritual, imprescindible para descubrir, comprender y llevar a cabo los planes que Dios tiene para nosotros. Inicialmente, debemos ser conscientes de que el tiempo de Dios (kairós) es el momento oportuno o justo cuando sucede algo especial, y no nos corresponde a nosotros saberlo, y Su tiempo es diferente de nuestro tiempo cronológico y cuantitativo ( khronos).
Tenemos que respetar el kairós, siguiendo Su ritmo, que, en nuestros días, con la acumulación de tareas, la cultura de la prisa y la inmediatez, genera ansiedad y otros problemas. El secreto está en “esperar en el Señor”, dejar que Él ocupe el primer lugar en nuestra vida, confiar y seguir el ritmo que el Espíritu Santo nos susurra, además de comprender que debemos priorizar la calidad de las acciones sobre la cantidad, aceptando la voluntad del Padre.
La paciencia, virtud de los fuertes, que saben sobrellevar las demoras de manera vigilante, orante y activa, nos madura, nos hace libres para nosotros mismos y para Dios, haciéndonos resistir a la adversidad, con serenidad, sin dejar de buscar a Cristo a causa de las heridas. causados por otros o por eventos. Por el contrario, soportamos estas dificultades amando, perdonando y orando por aquellos que nos hacen daño. Por eso, debemos ejercitar siempre la paciencia en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, para no cansarnos de hacer el bien y esperar el cumplimiento de las promesas de Dios, que se cumplen en el momento oportuno.

COMPASIÓN

(cf. Camino de la Luz, cap. 15-16) – “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” ( Lc 6,36). Finalmente, para experimentar el amor de Dios, es indispensable ser plenamente conscientes de su infinita misericordia y, creyendo en su mayor tributo, ejercer la misericordia con el prójimo, perdonándolo. El Padre conoce nuestras debilidades y humanidades y, a diferencia de los criterios de juicio y crítica humanos, tiene compasión de nosotros. Por eso, no debemos cansarnos de pedir Su misericordia, a través del Sacramento de la Penitencia, creyendo en el perdón y la misericordia divina. ¡Acojamos el perdón y seamos misericordiosos con todos!

¡Ejercitemos aún más el carisma de no juzgar, sino de amar al prójimo, con sus carencias y dificultades, especialmente las que más nos cuestan! ¡Meditemos en la victoria de la misericordia divina sobre nuestro pecado, que tuvo lugar en el misterio de la pasión y muerte de Jesús! Aceptemos con amor y alegría los sufrimientos que el Señor nos permite vivir, sabiendo que estas cruces nos llevarán al gozo eterno y que cuanto mayor sea la cruz, mayor será la misericordia divina. Seamos solidarios con los sufrimientos de los demás, estando siempre disponibles para servir a Jesús en el prójimo, y ofrezcamos nuestros sacrificios y sufrimientos por la redención de las almas. Pidamos la gracia de comprender que la cruz no es para nosotros signo de dolor o miedo, sino de amor a Jesús, que nos conducirá a la redención ya la salvación eterna. ¡Solo confía y sigue a Jesús en la certeza de la victoria!

¡TODO POR JESÚS, NADA SIN MARÍA!

Nota:
Este texto es una reflexión sobre el libro Caminho da Luz, del Rev. Pe. Alexandre Paciolli, iCM, servidor fundador de la Comunidad Católica Mirada Misericordiosa.

 

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