Augusta Rainha
Hoy, 14 de septiembre, celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Debemos volver a los primeros siglos. En un deseo de preservar los santos lugares del cristianismo, santa Elena, madre del emperador Constantino, mandó erigir templos diversos en Jerusalén, como las Basílicas de la Agonía y la de la Resurrección. En esa voluntad de tener también los símbolos santos, la santa hizo de todo para rescatar la cruz de Cristo. De hecho, ella fue encontrada, y por ese encuentro se celebra la fiesta de su exaltación.
Alrededor del año 600, la Santa Cruz fue robada por los persas, siendo recuperada y a partir de 628 se celebró su recuperación.
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (Icor 1, 23)
Lejos de mí el gloriarme sino de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. (Ga 6, 14)
La cruz era, para los romanos, uno de los peores instrumentos de tortura, en el cual eran asesinados los esclavos. Al ser elevado en la cruz, Cristo nos da el camino a seguir: libres para el mundo, nos convertimos en esclavos de la Caridad, y clavados en la cruz, nos matamos a nosotros mismos al mundo, al demonio y a la carne, a fin de que seamos glorificados con Cristo, Como Él es glorificado en su sacrificio redentor.
Lea este pasaje de la homilía de san Andrés de Creta, y entienda un poco más el valor de la cruz de Cristo para nosotros los cristianos.
Celebramos la fiesta de la cruz; por ella las tinieblas son repelidas y vuelve la luz. Celebramos la fiesta de la cruz y junto con el Crucificado somos llevados a lo alto para que, abandonando la tierra con el pecado, obtengamos los cielos. La posesión de la cruz es tan grande y de tan inmenso valor que su poseedor posee un tesoro. Con razón llamo tesoro a lo más bello de todos los bienes por el contenido y la fama. En él, por él y para él reside toda nuestra salvación, y es restituida a su estado original.
Si no hubiera cruz, Cristo no sería crucificado. Si no hubiera cruz, la vida no sería clavada al leño con clavos. Si la vida no hubiera sido clavada, no brotarían del lado las fuentes de la inmortalidad, la sangre y el agua, que lavan el mundo. No se habría roto el documento del pecado, no se habría declarado libre, no se habría probado el árbol de la vida, no se habría abierto el paraíso. Si no hubiera cruz, la muerte no habría sido vencida y no habría sido derrotado el infierno.
Por tanto, la cruz es grande y preciosa. Gran sí, porque por ella se han hecho realidad grandes bienes; y tanto más cuanto que por los milagros y sufrimientos de Cristo se repartirán más excelentes partes. Preciosa también porque la cruz es pasión y victoria de Dios: pasión, por la muerte voluntaria en esta misma pasión; y victoria porque el diablo es herido y con él la muerte es vencida. Así, reventadas las prisiones de los infiernos, la cruz también se convirtió en la salvación común de todo el mundo.
Es llamada aún la gloria de Cristo, y la exaltación de Cristo es dicha. La vemos como el cáliz deseable y el término de los sufrimientos que Cristo soportó por nosotros. Que la cruz sea la gloria de Cristo, escúchalo decir: Ahora el Hijo del hombre es glorificado y en él Dios es glorificado y luego lo glorificará (Jn 13,31-32). Y de nuevo: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía cerca de ti antes que el mundo existiera (Jn 17,5). Y repite: Padre, glorifica tu nombre. Entonces descendió del cielo una voz: Le he glorificado y volveré a glorificar (Jn 12,28), indicando la gloria que entonces alcanzó en la cruz.
Que aún la cruz sea la exaltación de Cristo, escucha lo que él mismo dice: Cuando yo sea exaltado, atraeré a todos a mí (cf. Jn 12,32). Bien ves que la cruz es la gloria y la exaltación de Cristo.
El Papa Francisco nos da enseñanzas sobre la Cruz de Cristo. Vea algunos de ellos:
La “derrota” de Jesús ilumina nuestros momentos difíciles: “Asumió todo nuestro pecado, todo el pecado del mundo: era un “trapo”, un condenado. Pablo no tuvo miedo de mostrar esta derrota y también esto puede iluminar un poco nuestros malos momentos, nuestros momentos de derrota, pero también la cruz es un signo de victoria para nosotros los cristianos”.
Estar delante de la cruz, signo de derrota y de victoria: La cruz nos enseña esto, que en la vida hay el fracaso y la victoria. Debemos ser capaces de tolerar las derrotas, llevarlas con paciencia, las derrotas, también de nuestros pecados, porque Él pagó por nosotros. Tolerarlos en Él, pedir perdón en Él, pero nunca dejarse seducir por ese perro encadenado. Hoy sería hermoso si en casa, tranquilos, quedáramos 5, 10, 15 minutos delante del crucifijo, o lo que tenemos en casa o el del rosario: mirarlo, es nuestro signo de derrota, que provoca las persecuciones, que nos destruye, es también nuestra señal de victoria porque Dios venció allí.”
Como práctica para ese día, rece la oración escrita por San Antonio de Padua, pidiendo al Señor liberación de todos los males:
“¡He aquí la cruz de Cristo, huid, fuerzas enemigas!
Venció el león de la tribu de Judá, la raíz de David, ¡Aleluya!”
Todo por Jesus nada sin Maria