El santo de hoy nació en la ciudad de Sebaste-Armenia, a finales del siglo III.
San Blas al principio era médico, pero entró en una crisis, pero no profesional, porque era un buen médico y prestaba un gran servicio a la sociedad. Pero ninguna profesión, por buena que sea, puede ocupar ese lugar que sólo pertenece a Dios. Entonces, providencialmente, se fue abriendo y comenzó buscando a Dios, fue evangelizado. No se sabe si ya fue bautizado o pidió la gracia del Santo Bautismo, pero su vida dio un giro. Este cambio no fue solo en el ámbito de la religión, su búsqueda de Nuestro Señor Jesucristo estuvo ligada a su profesión y muchas personas comenzaron a ser evangelizadas a través de la búsqueda de la santidad de ese médico.
En otra etapa de su vida, discernió que necesitaba retirarse. Para él, el retiro era permanecer en el monte Argeus, en penitencia, en oración, en intercesión para que muchos encontraran la verdadera felicidad como la encontró él en Cristo y en la Iglesia. Pero en realidad, el Señor lo estaba preparando, porque cuando murió el obispo de Sebaste, el pueblo, conociendo la fama del santo ermitaño, fue a buscarlo para que fuera pastor. Él, que vivía en esa constante renuncia, aceptó ser ordenado sacerdote y luego obispo; no por su gusto, sino por obediencia.
Sucesor de los apóstoles y fiel de la Iglesia, fue un valiente hombre de oración y pastor de almas, pues se preocupó de los fieles en su totalidad. Él evangelizó con su testimonio.
San Blas vivió en una época en que la Iglesia era duramente perseguida por el emperador de Oriente, Licinio, cuñado del emperador de Occidente, Constantino. Por razones políticas y por odio, Licinio comenzó a perseguir a los cristianos, porque sabía que Constantino estaba a favor del cristianismo. El alcalde de Sebaste, en este contexto y queriendo complacer al emperador, sabiendo de la reputación de santidad del obispo San Blas envió a los soldados a Monte Argeu, donde este gran santo hizo su residencia episcopal. Desde allí gobernó la Iglesia, aunque no se quedó allí.
San Blas fue arrestado y sufrió muchos chantajes para hacerlo renunciar a su fe. Pero por amor a Cristo y a la Iglesia, optó por renunciar a su propia vida. En 316, fue decapitado.
Cuenta la historia que camino al martirio, una madre le presento un bebé que se estaba ahogando a causa de una espina de pescado en la garganta. Se detuvo, miró al cielo, oró y Nuestro Señor sanó a ese niño.
Pidamos la intercesión del santo de hoy para que nuestra mente, nuestra garganta, nuestro corazón, nuestra vocación y nuestra profesión puedan comunicar a este Dios, que es amor.
¡San Blas, ruega por nosotros!